No recuerdo los nombres. Es injusto para la veracidad de la historia pero también piadoso. Y no digo que haya sido gente mala y eso justifique resguardar su identidad: la desbordó el suceso, que era, por lo demás, un hecho menor. Sí recuerdo el lugar: el Lino Torres, el “cuchillerato”, como supe más tarde que el humor popular había bautizado al colegio al que hacía pocos meses me había integrado después de un año y medio en un internado alemán de Los Cardales. Corría el año 1984, cursaba la última mitad del segundo ciclo. La profesora de Historia, una mujer de pelo corto, nos había pedido ideas para un trabajo grupal basadas en algún suceso relevante del siglo XX. No sé qué cosas propusieron mis compañeros, pero cuando la profesora recogió los proyectos y los apiló sobre el pupitre me pareció que estaba feliz. Su vocación docente estaba justificada; los pibes y pibas, presas de la tiranía de sus glándulas, se habían comprometido con la consigna. Pero al lle...