Sabrán disculparme los amigos si digo que Adorni es un imbécil. Es ese compañero de la secundaria al que, sin saber por qué, queremos abofetear cada vez que se nos cruza. No es por un rasgo físico sino de carácter, y no es que su carácter sea débil. Justo porque no lo es, Adorni va por la vida mirando al resto con desdén, como el hijo de un juez. Ese rictus es lo que me subleva.
Anoche, en su discurso leído, el diputado electo de LLA cifró la “importancia histórica” de la elección comunal en el hecho de haber desterrado para siempre al kirchneirsmo y todos los males que representa. Sí, en una ciudad en la que nunca gobernó esa fuerza política, y en la que el progresismo a duras penas rasca veinte puntos.
Milei fue más lúcido, quizás profético, al enfatizar que pintaron de violeta el bastión amarillo. El kirchnerismo es un espacio al que se derrota en las urnas, pero la conquista de CABA -y de todas las CABA del país- es espiritual. Ahí no hay urna que valga. Más luego, que el método para ganar sea el voto universal o un bando real, es circunstancial.
Los analistas del campo popular que seguían las incidencias del escrutinio no podían ocultar su abatimiento. Evaluaban que el problema no era Adorni sino el peronismo, que ya no le gana a nadie, ni siquiera a un tipo sin atributos que anda por el mundo como oliendo mierda. De pronto en el estudio se escuchó: “¡Tuiteó el Gordo Dan!”. Se hizo un silencio monástico.
El troll del gobierno se jactaba de que su video falso de Macri llamando a votar por Adorni había definido la elección. Entonces alguien hizo un descubrimiento luminoso: ¡el Gordo Dan se está cagando de risa de todos, de la democracia, de un sistema político tan desvirtuado y voluble que se tambalea cuando un virgo postea un videíto generado por I.A.!
Más allá del alarde del troll, el analista tenía razón. A Milei, Adorni y el Gordo Dan les chupa un huevo la democracia. La manejan por Twitter. Aprovechan un sistema que les sirve para validarse. Dan, transparente como una burbuja, se desternillaba al confirmarlo. Los boomers del campo popular somos los únicos que no se dieron cuenta de que la democracia es una mueca si solo sirve a los intereses de la oligarquía. Entregar la soberanía y las vidas que la habitan no es “pensar distinto”.
Ahora comparemos la elección de CABA con la de Chaco de una semana atrás. Aquí fue más evidente el uso del aparato, pero igual de evidente la “insatisfacción democrática” que paralizó a los votantes y selló una abstención inédita. Si bien Zdero no pudo hacer la diferencia, se sirvió de una tendencia que arrancó en 2023: la gente no banca explícitamente al modelo gobernante, pero al darle la espalda a la política lo legitima.
Tarea para el hogar. Hay que encontrarle la vuelta, porque al final del día el peronismo es el único camino posible no sólo por su filosofía humanista, el Justicialismo, sino por su visión estratégica. Argentina tiene todo para ser una potencia económica global con los trabajadores adentro. Perón sabía que para dejar de ser peonada la respuesta era la industrialización. Esa tradición había arrancado quince años antes con el general Manuel Savio y siguió en el ‘58 con Arturo Fronizi. Ese es el modelo que atacó la oligarquía extranjerizada a través de las FF.AA. y que sigue agrediendo por otras vías.
El peronismo es una manera de entender el mundo capitalista y nuestro lugar en él; de entendernos como sujetos históricos y no como sobrevivientes. De ser potencia. Entonces, mientras la oligarquía (que no ‘la derecha’) hace su juego, nuestro imperativo es dejar de ser esos burócratas que aparecen y desaparecen cada dos años, y volver a poner las cosas en su lugar. Adorni y Zdero son personajes menores. No seamos ellos.