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Qué culpa tiene el tomate

 Hay extremos discursivos en el progresismo y en el peronismo que me hacen acordar a las frases huecas de Zdero, como “seremos un gobierno de tranqueras abiertas”. Esquivar las discusiones de fondo nos lleva a repetir consignas como loros. Como si los partidos de la historia se ganaran a pura épica, con abrazos simbólicos y remeras estampadas.


Varios amigos progres me hablaron escandalizados de frases que deslizó Capitanich en los últimos meses sobre formas alternativas de financiamiento de la caja jubilatoria o del sistema de Salud para morigerar la carga sobre las cuentas públicas. Alguno me recordó “La Sumergida”.  

La inviabilidad económica del sistema previsional y del sistema sanitario (con sus subsistemas público, de seguridad social y privado) se viene estudiando desde la década de 1970. No es un invento de Capitanich. Desde entonces sólo hubo parches, curros y más parches. Mirando hacia adelante no es sólo cuestión de ponerle límites a un modelo neoliberal de ajuste, endeudamiento y extranjerización, sino de pensar el después. 

Capitanich lo hace. En varias de las entrevistas que me concedió en los últimos años tomé nota de su mirada sobre la realidad económica nacional y global, desde la importancia de añadir valor agregado a la producción primaria y facilitar la instalación de industrias, hasta el fortalecimiento de la infraestructura vial, energética y de conectividad; desde la potenciación de la logística integrada hasta las herramientas para el “mientras tanto”.

Reducir los análisis políticos a los malos entornos, al funcionario que no atiende a la militancia pero recibe a los piqueteros, y exigir en compensación una autocrítica descarnada asegurando que se perdió por eso, es no haber entendido nada. Política de peluquería. También hubo funcionarios que no funcionaban cuando Capitanich fue reelecto en 2011 con casi el 67% de los votos.

Mucha mediocridad e hipocresía. Eludir la discusión sobre la ayuda social para ser políticamente correctos (como si Zdero no tuviera el mismo problema), o fustigar el salario universal porque la única política peronista es generar empleo y cualquier otra cosa es ‘woke’, ni resuelve el problema de la informalidad ni genera empleo. Zdero “terminó con los piquetes” a costa de un aumento desmedido de la pobreza, la indigencia y la desocupación. 

Los debates que hay que dar, mal que nos pese, trascienden la narrativa de la batalla cultural. Ayer un periodista de Sáenz Peña le trasladó a Capitanich el reclamo de un exfuncionario de su gobierno que pidió anonimato: “Espero que el compañero haga un discurso más peronista, no tan tecnicista, datos que el común de la gente no logra comprender”. 

La respuesta fue, para mí, sobresaliente: “Cuando tenés un enfoque de crecimiento económico, eso se llama justicia social, más peronista que eso no hay; cuando tenés la defensa de la soberanía nacional y la administración de los recursos, eso se llama independencia económica, más peronista que eso no hay; cuando tenés una democracia pluralista que respeta a la oposición, tenés autonomía e independencia del Poder Judicial, eso se llama soberanía política”. 

La historia también nos enseña que el Cordobazo no fue el resultado del empoderamiento de un sector conmovido por la muerte del Che Guevara, sino de las políticas económicas de una tradición que había comenzado en 1955, con la excepción del gobierno de Frondizi, y expresaba los intereses de la oligarquía transnacionalizada. Apuntaba a la destrucción de la matriz industrial y al establecimiento de un mapa geopolítico sellado durante los acuerdos de Bretton Woods, en los que Argentina debía reprimarizarse y sepultar su sueño de ser potencia industrial. 

Milei y Zdero representan los mismos “valores” de todas las dictaduras del siglo XX, el primero por loco y el segundo por bruto; ambos por autoritarios. No los vamos a combatir repitiendo como una letanía "territorio" y "militancia", ni cantando “qué culpa tiene el tomate”.


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