Milei dice en una entrevista: “A mí no me importa de dónde usted sacó los dólares. Las cuestiones de la economía se arreglan en la economía, las cuestiones de otro tipo se arreglan en el plano jurídico y legal. Usted no tiene que mezclar la cuestión del delito con la cuestión de la economía; la economía tiene la lógica de la economía, usted va a poder usar los dólares sin dejar los dedos marcados, nadie tiene por qué saber de dónde usted sacó los dólares”.
Esta cita codifica la psiquis y la filosofía del presidente: su “elección existencial” precede a su formación académica, y ésta refuerza ulteriormente su sistema de valores y constituye una moral y una metafísica.
Como reseña Vladimir L. Cares, “la libertad individual es innegociable (...), forma parte del derecho natural de las personas y no puede permitirse la intrusión del Estado en la misma”. Así, para Milei, un violador o un asesino de masas, en un sistema ideal está llevando al límite el ejercicio de la libertad individual. Y cuando sus víctimas se vuelven contra él y lo linchan, están a su vez cumpliendo el mismo propósito, pero en sentido contrario. Los límites no los imponen las normas sino la Naturaleza. Si interviene la Justicia esa dinámica se contamina.
Milei pensaba así antes de estudiar economía, cuando su cuerpo era un mapa de violencia intra-familiar e inseguridades. Pudiendo haber elegido cualquier línea de pensamiento económico, escogió a Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, cuyas concepciones de “libertad” son presentadas por el filósofo Isaiah Berlin como “libertad positiva” y “libertad negativa”. La primera afirma la autonomía del individuo; la segunda, la no coerción (de otros, del Estado) sobre la persona.
A la “libertad negativa” Hayek la denomina “libertad individual”: la relación de hombres con hombres. Para él hay un orden espontáneo en la sociedad, cuya deriva darwiniana no responde a ninguna planificación sino a la “coordinación de las consecuencias no intencionadas de las acciones deliberadas de los individuos”, en palabras del filósofo Ricardo Gómez. Es lo que Hayek llama “orden espontáneo”, más cerca del apego a las tradiciones y relaciones económicas que a las normas escritas.
Berlin evalúa que esta “libertad negativa” no es incompatible con regímenes autoritarios. De hecho, Von Mises sostenía que el fascismo y modelos afines “están llenos de las mejores intenciones y su intervención ha salvado, por el momento, la civilización europea” (aunque, aclaraba, era un estado provisional). Hayek, por su parte, aseguraba que en muchos casos las libertades individuales eran mejor custodiadas por regímenes autoritarios que por gobiernos democráticos, y usaba el ejemplo del Chile de Pinochet.
La escuela austríaca dotó de sentido y recondujo las intuiciones del Milei adolescente, torturado, anhelante: le abrieron las puertas a un mundo nuevo. Según su lógica, el caso Libra sería el ejercicio pleno de la libertad individual, y las consecuencias legales de la criptoestafa son una aberración del sistema. Lo mismo ocurre con el blanqueo para delincuentes: en términos rigurosamente económicos (no en condiciones de laboratorio sino en un mundo ideal) el flujo y el stock de divisas no deberían infectarse con pruritos jurídicos.
Aquí hay un problema: si el ejercicio pleno de la libertad importa violar la ley de los hombres, imponer restricciones al estado de derecho para garantizar esa libertad sería un acto moralmente bueno, una especie de eucaristía secular. A juzgar por su sistema de valores, Milei no dudaría en dar ese salto de fe. Sería un dictador feliz.