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El Estado no es una entelequia

 “La publicística del primer peronismo, como es sabido, tiene dos grandes fuentes: la del amor, de evidente inspiración evangélica, y la del trabajo como sede redentora de la comunidad humana”. (Horacio González, 2015). 


La publicística del movimiento libertario es el odio. Un odio festivo. Una vindicación que contiene por igual aspiraciones clasemedieras, xenofobia culposa disfrazada de nacionalismo ritual y desbaratamiento de lo público. 

En cuanto al trabajo en la dimensión libertaria, no redime: nos da la oportunidad de progresar negociando los mejores contratos con otros actores económicos sin que intervenga el Estado, sus leyes y secuaces. ¿Qué puede salir mal? 

La publicística nos impide ver que en el ecosistema libertario aunque nos creamos leones somos sus presas, el eslabón más débil de la cadena de consumo. Justamente para pasar por alto esta evidencia el odio es una herramienta formidable. Odiamos a la política, al Estado y sus impuestos, a los inmigrantes, a los jubilados, a los profesores universitarios y a los homosexuales.

Según este folleto de venta, el mercado impone una ley natural: iguala a carnívoros y herbívoros. Pero no como en la armoniosa iconografía de la Iglesia de Jesucristo. Si miramos bien, el león tiene la libertad de comerse a la cebra, y ésta la de huir para vivir un día más. Somos el remisero que sueña con su propia flota, la piedra basal de una estafa piramidal. 

Creemos que las reglas del mercado son un regalo personal que recibimos para progresar a fuerza de emprendedurismo, pero éstas son transversales a todos los actores económicos: al vecino que va a comprar cien gramos de paleta sanguchera y al productor porcino; al tipo que maneja un Uber y a Travis Kalanick, el dueño de la empresa que opera en 450 ciudades de 73 países y vale US$ 68.000 millones. Y no, el primer paso para ser Travis Talanick no es manejar un Uber. Travis ya era Talanick el día que esperaba ese taxi que nunca llegó.

En la filosofía peronista no hay leones ni cebras, hay trabajadores. El Estado garantiza oportunidades para la creación de trabajo y, por ende, de riqueza. También asegura que las utilidades se distribuyan y el excedente se socialice. La movilidad social no se alcanza con la libertad de comer o ser comido ni a través de la lucha de clases, sino con una alianza de éstas, y un Estado que la regula. El mercado existe pero el Estado lo empareja.

Porque el Estado no es una entelequia. Es un conjunto de instituciones que nace de consensos, acuerdos básicos, un pacto social, y se consolida para el bien común. La alternativa del sistema libertario es una consultoría de recursos humanos con tribunales arbitrales y miles de choferes de Uber esperando que les salga un viaje. 

La realización libertaria es un mundo en el que todos los emprendedores son Travis Kalanick y los Uber se manejan solos. El resto de la gente, la que no se esforzó lo suficiente, pulula en campos de refugiados que se pierden en el horizonte. Maravillosa distopía la que han votado.


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