Las leyes son para todos y todas. No se puede respetar algunas y desconocer otras. No se puede estar en contra de los piquetes y a favor de las detenciones ilegales. No se puede estar en contra del tipo que tira piedras y a favor del policía que tortura.
Mejor dicho: sí se puede, pero las leyes, en un estado de derecho, están por encima de las ganas de meter bala del tachero libertario y del virgo vengativo. La gente puede odiar tranquilamente, pero en una República es el Poder Judicial el que debe garantizar que ese odio no cristalice.
Pero, ¿qué pasa cuando otro Poder del Estado es el que alimenta el odio y la Justicia se llama a silencio? Una vez vaya y pase; dos veces hace ruido; la tercera ya es un método.
La casuística de esta abstención naturaliza el odio en la sociedad y habilita que el método (la sentencia previa a lo “Minority Report”, las torturas en las comisarías, la reivindicación de los “valores” de la dictadura) se transforme en política de Estado. Eso es Zdero.
Con sus bandos reales, como un corsario cómodamente instalado en el pueblo que acaba de conquistar al mando de una cuadrilla de matarifes, el Pibe de Oro decide quién es libre y quién va a la gayola. ¿Para qué quiere un Poder Judicial si puede armar una Mesa Judicial mucho más expeditiva?
En lugar de ponerle la Constitución en la cara, como la Biblia frente a un poseso, la Justicia negocia sus propios privilegios y la pone junto al calefón (como enseña Discépolo: para limpiarse el culo).
Pasamos de discutir la necesidad de crear nuevos juzgados, de brindar a los ciudadanos un servicio de Justicia de calidad, a defender el cumplimiento del debido proceso, el respeto de los derechos humanos; estamos volviendo a problematizar la vigencia de la Constitución, resistiendo una neo-inquisición. Tanto así, y la Justicia guarda silencio.
Recuerdo al juez Del Río sacudiéndole al peppismo por la demora en pagar las sentencias firmes a los judiciales que habían sido estafados por el desenganche del año 91. Parecía Saúl Ubaldini. Hoy es la mano invisible de un desenganche que lo favorece como magistrado. De allí, seguramente, su silencio ante otros atropellos.
El “frame” en el que Zdero quiere colocar el debate no sólo es útil para escamotear la falta de gestión, el empeoramiento de todos los índices económicos y sociales; es a su vez la reinstalación de la barbarie pre-democrática, la glorificación de los privilegios feudales, el “marche preso” por las dudas. El silencio de la Justicia, la venalidad de las togas, la cobardía de quienes “sólo hablan por sus sentencias” -cuando les conviene- no hace más que facilitarlo.