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Boludete

 En el videíto de la conversación entre Capitanich y Julio Ferro viralizado durante el debate de candidatos, muchos quisieron ver una domada de Coqui. El lenguaje corporal de ambos invitaba a eso, pero lo que pasó fue más simple: Capitanich le pidió evitar las agresiones al pedo y enfocarse en las propuestas. 

A la mañana siguiente, con fría coordinación, se lanzó la operación política, mediática y judicial “la Rosadita del Chaco” destinada a mostrar el vínculo entre Capitanich y “los gerentes de la pobreza”. Pero en lo que me toma escribir “anda la osa” aparecieron las fotos de Ferro junto al contador caído en desgracia Walter Pasko. 

Así que “nosotros somos los honestos”. 

No es que Ferro no supiera que estaba escupiendo para arriba; es que no le importaba. Lo habían coacheado para morir en el intento.

Cegado por la soberbia, el gobierno de Zdero decidió que ya ganó las batallas habidas y por haber y se tornó arrogante, descuidado. Hasta que se la puso en la curva 8 del Yaco Guarnieri, justo antes de la bandera a cuadros. Como dijo el astronauta Jack Swigert durante la misión Apolo 13: “Houston, tenemos un problema”. 

Veamos. Para lograr su plan de dominar el mundo el Pibe de Oro echó mano de tres herramientas: la big data, la compra a precio de remate de medios, y la mesa judicial. Con las dos primeras cambió el paradigma de la comunicación política, consagró la épica de la onomatopeya y sepultó la verdad. Con la tercera fue hasta donde el macrismo no se animó: que no quede ninguno.

Pero al asesinar la verdad (y al periodismo, su heraldo) se pusieron a tiro de cualquiera, y dado que a nadie le importa si una news es fake o si una operación es inmoral, y que nadie necesita chequear con tres fuentes, se metieron solitos en su propia trampa. Gastaron miles de millones en operaciones de prensa y persecución judicial y hoy son presa fácil de cualquier nativo digital.

El segundo inconveniente, más sórdido, es que hay una guerra silenciosa en el sistema de poder del gobierno. Inteligencia y contrainteligencia; filtraciones por doquier. Queda demostrado cuando la mesa judicial se corta sola y caen hasta los propios. Zdero compró un pitbull de esos que muerden al dueño. Coordinar mesas judiciales, mesas mediáticas, mesas políticas, no era tan fácil como parecía.

Ahora bien: ¿las fotos de Ferro junto a Pasko convierten al candidato en un corrupto? ¿Que hayan sido amigos lo hace cómplice de sus supuestos delitos? ¿Una foto -familiar, de camaradería o institucional- es la semiplena prueba de su participación en una presunta maniobra de lavado?

La respuesta es no. 

El problema -lo vengo diciendo desde hace rato- es la corrupción estructural, transversal a cualquier gobierno, enquistada en el sistema político y en las instituciones. Zdero no puede tirar la primera piedra porque dijo “a corrupción, corrupción y media”.

Julio Ferro es un boludete. Tendría que haberle hecho caso a Capitanich. No se puede agredir en un frontón porque más temprano que tarde la pelota rebota. Esta metástasis de la cultura de la cancelación, que arrancó como un rictus de lo políticamente correcto, se ha convertido en un coloso que aplasta al que se ponga en el camino. Y si hay enemigos adentro, con más razón. Esta vez le tocó a Ferro.


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