En febrero primero, y hace dos días, Macri comparó las protestas contra el gobierno de Milei con el “intento de golpe de Estado” que sufrió en 2017 al recibir “14 toneladas de piedras”. Según esta tesis, desde la vuelta de la democracia los golpistas cambiaron de táctica: sólo atacan a gobiernos neoliberales ajustadores, nunca a gobiernos populares. Cuando la embestida es contra el peronismo no hay intento de golpe: son los anticuerpos sociales que buscan poner límites a tiranías e infectaduras populistas.
De donde se sigue que el intento de asesinato de una vicepresidenta peronista tiene cierta proporcionalidad, cierto merecimiento, mientras que un tuit contra Macri o Milei reviste profunda gravedad institucional. Y esto explica, por ejemplo, que tarden cinco minutos en identificar y encarcelar a un tuitero, pero nunca hayan podido abrir el celular de Gerardo Milman para comprender su rol en el intento de magnicidio de Cristina.
Ahora bien, los analistas no deciden si equiparar la represión del miércoles a la de 2017, una postal del principio del fin del macrismo, o con los hechos sangrientos del 2001. Lo que tienen en común estos episodios es que Patricia Bullrich siempre estuvo ahí, y que el blanco siempre fueron los jubilados. En 2001, La Piba les había quitado el 13%; en 2017, el cambio de fórmula jubilatoria los volvió a hundir en la indigencia, y en 2024 directamente los gasearon y reprimieron en la calle.
Que haya argentinos que justifiquen la represión no es una consecuencia mecanicista del insumo que les brindan los medios paraoficiales. Los argentinos no somos más fachos e insensibles porque nos mean y la prensa dice que llueve. Somos igual de fachos que cada vez que fuimos a golpear las puertas de los cuarteles, o cada vez que quisimos colgar en la plaza a un líder popular. Los relatos de los medios afines al gobierno simplemente refuerzan nuestras convicciones. Y cuando digo “nuestras” quiero decir “suyas”.
Las tensiones entre estas dos Argentinas son transversales a otras tensiones de otras Argentinas entre capitales concentrados y trabajadores y pymes, entre ricos y pobres, entre derechas e izquierdas, entre peronismo y antiperonismo… Tensiones siempre gestionadas por la coyuntura, porque vivimos interminables ciclos provocados no tanto por los vaivenes internacionales cuanto por la inexistencia de un rumbo definido allá en los albores de la Patria. Cosa que sí resolvieron los yanquis en 1865, verbigracia.
En los tres casos señalados los gobiernos ajustadores habían chocado la calesita económica; había una representación parlamentaria venal y la oposición brillaba por su ausencia; la Justicia los bancaba a muerte, el Pueblo pagaba los platos rotos y los mercados le soltaban la mano al gobierno, desarmaban sus posiciones en pesos o sus sistemas de fuga y se llevaban las “inversiones” a otra parte. Toto Caputo viene de quemar otros US$ 474 millones para contener la brecha y en el Fondo siguen sin atenderle el teléfono.
El miércoles que viene habrá una nueva marcha de jubilados. Quizás haya más militancia organizada que abuelos, lo que se explica por la violencia con la que fueron agredidos esta semana, y por el imperativo moral que pesa sobre una oposición hasta ahora sin brújula. Cientos de abuelos tuvieron que ser vejados y un fotoperiodista tuvo que terminar con el cráneo partido para que reaccionaran. Pero como dice el refrán: mejor tarde que nunca.