Ayer, mientras las fuerzas de seguridad reprimían a los jubilados que se manifestaban en el Congreso (un reportero gráfico lucha por su vida) y 114 personas eran golpeadas y detenidas, los diputados de Milei se agarraban a trompadas en el Recinto porque LLA quiere frenar a toda costa el juicio político contra el presidente.
Antes, el Congreso había votado por unanimidad la declaración de emergencia para Bahía Blanca, al tiempo que el gobierno mezquinaba o directamente se negaba a brindar ayuda porque a) había echado a cientos de brigadistas y rescatistas, b) es un problema municipal, y c) el Estado es un pedófilo.
Milei llegó a la ciudad seis días después de que se desató el desastre y lo putearon de arriba abajo, igual que a la ministra de Seguridad Patricia Bullrich. No es para menos: hasta anteayer se habían contabilizado oficialmente 16 muertos y 94 desaparecidos. También hubo graves inundaciones en Salta. Por suerte cerraron Télam y nadie se enteró.
El ministro de Economía Toto Caputo tiene otra preocupación: cerrar un acuerdo con el FMI porque ya no tiene dólares para seguir interviniendo en la brecha. Milei firmó un DNU para que el acuerdo no pase por el Congreso, pero del otro lado, hasta ahora, mutis por el Fondo. ¿Qué auguran los especialistas? Devaluación y más, muchísima más inflación. Si no es antes de octubre, será el día después de las elecciones.
El país se incendia y se inunda, se desgarra y sangra. Lo que se vio ayer en el Congreso se pareció demasiado a los primeros episodios que nos precipitaron a diciembre de 2001, pero con una crueldad aún mayor.
Bullrich sigue siendo la misma que como ministra de Trabajo de De la Rúa quiso eliminar las asignaciones familiares; la misma que siendo ministra de Seguridad Social decretó la reducción del 13% de los sueldos estatales y las jubilaciones. Es un arcángel borracho que se solaza con el sufrimiento de los más débiles.
Como buen fascista de almacén, el gobernador Zdero pensó que era el momento perfecto para aliarse con estos agentes del caos. Y no en el marco de un acuerdo random, meramente electoral, sino para hacer realidad una visión compartida, un proyecto de país. Si hay alguien que puede lograrlo son Zdero y Capi Rodríguez.
Mientras tanto en el Gran Resistencia hay paro de transporte, más de 300 productores reclaman en la ruta ser recibidos por el gobernador para analizar la catástrofe por la sequía (Dudik dice que “no hay emergencia”); más del 65% de los docentes, con sueldos debajo de la línea de pobreza, empezó a dar clases; las jubilaciones provinciales no llegan a $300 mil, hay recortes de medicamentos del Insssep y las clínicas interrumpen sus prestaciones por falta de pago.
Como la ecuación sólo puede arrojar resultados negativos, hace tres días el gobierno nacional promulgó la “ley antimafias” impulsada por Bullrich y aprobada por el Senado, que faculta al Poder Ejecutivo básicamente a criminalizar a todos los argentinos y argentinas. El senador radical Víctor Zimmermann, por supuesto, votó a favor. El peronista Antonio Rodas también. ¿Casta? ¿Qué casta? Antes de ese proyecto se había aprobado, también con la entusiasta participación del peronismo, la ley de “reiterancia” para profundizar la criminalización de la pobreza y de la protesta social.
Es ocioso decir que nada bueno puede salir de todo esto. El gobierno encendió la mecha y le echó toda la nafta que pudo. La complicidad de la prensa prebendaria para justificar sus atrocidades es pornográfica, y aquel tristemente célebre titular de Clarín, “La crisis causó dos nuevas muertes”, parece pueril al lado del discurso prostibulario de la nueva casta comunicacional. La complicidad del radicalismo en el Congreso, y la de los jueces de la Corte, completan el cuadro dantesco.
Milei es una persona profundamente perturbada, Toto Caputo es un timbero con prontuario y Patricia Bullrich hace años debió estar inhibida para ocupar cargos públicos. Entre ellos y sus jefes, socios y compinches como Leandro Zdero, el bipolar Pibe de Oro que oscila entre la depresión y la furia, están empujando a la Argentina a un nuevo, acaso peor, 2001.