Diciembre de 2024, teatro Broadway de la calle Corrientes. El Gordo Dan camina por el escenario, se detiene y pronuncia la frase que ya es su marca registrada: “Me chupa la pija la opinión de los kukas”. El público lo ovaciona. El diputado libertario Martín Romo arenga: “Ah, y el que se mueve es gay”. La gente se queda dura pero un pibe hace un gesto imperceptible; el Gordo Dan lo señala con el dedo: “¡Se movió! ¡Puto, puto, puto!”. El público aplaude, ríe, canta.
La “misa” de la guardia pretoriana de Milei es un éxito. La homilía se repite de lunes a viernes en Youtube, y desde hace unos meses también baja al territorio (el teatro) más o menos con el mismo formato. Los bufones, mimetizados con el presidente libertario, reproducen jocosamente los tópicos del agresor sexual.
Las fijaciones anales y fálicas que el presidente arrastra desde su infancia no son simples rasgos de inmadurez psicosexual. Milei es un fetichista y posiblemente un perverso; sus metáforas-síntomas reflejan un mundo binario en el que quien no somete sexualmente, es sometido: “El Estado es el pedófilo que entra a un jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”; “La sociedad ideal del progre es con mucho sexo gay”; “Yo a los ‘chairos’ (progres) los llamo ‘el club de los penes cortos’”. Y la lista sigue.
Por estas cosas es una estupidez pretender que el discurso de Davos contra la comunidad LGBT fue la excepción a la regla o que lo editaron para sacarlo de contexto. Si los nuevos movimientos de extrema derecha del mundo utilizan los disparates e insultos para enfrentar a (pero también para diferenciarse de) la izquierda solemne, Milei los lleva al paroxismo.
Aún así considero relevante el cambio de rumbo -todavía incipiente- en la batalla cultural de la derecha, como si nuevos ideólogos hubieran cribado y reorientado el discurso. Por eso la interpretación de lo que leyó Milei en Davos como “una crítica a la agenda globalista” es un hallazgo que vale la pena tener en cuenta: puede ser la punta del iceberg de una novedosa disputa simbólica. En todo caso, es audaz.
Ayer contaba que el streamer libertario Erick Kammerath atacó a Revista Anfibia por recibir fondos de organizaciones extranjeras. En concreto, de la Fundación para la Democracia (NED por sus siglas en inglés, que para el expresidente ecuatoriano Rafael Correa “es una agencia de la CIA que financia organizaciones no gubernamentales y fundaciones para desestabilizar a los países de la región”) y de la OFS (Open Society Fundation, creada por George Soros).
Esa misma pregunta (cómo conciliar el periodismo independiente de Anfibia con el financiamiento por parte de agencias que dependen del Departamento de Estado de EEUU catalogadas como injerencistas) se la hizo en 2021 Conrado Yasenza, director de la Revista La Tecl@ Eñe, a los responsables de la Asociación Civil Cronos, que edita Anfibia y Cosecha Roja. Nadie en su sano juicio tacharía a Yasenza de libertario. Las respuestas de Cronos fueron insatisfactorias y corporizan lo que el nuevo mileísmo ilustrado llama “agenda globalista” o “wokismo”.
Más allá de la hipersexualización del discurso del presidente y su tropa, ante la mirada atónita del mundo se está consolidando una nueva hegemonía, una ofensiva contra las “agendas” de la globalización (pobreza, calentamiento global, desigualdad, diversidad) en general, y contra la amenaza china en particular. Una cortina de semiconductores y sanciones económicas. Milei puede no saber qué le depara el nuevo esquema geopolítico, pero sabe que prefiere estar del lado de los matones.
Que la derecha ponga en entredicho -y con pruebas- las contradicciones del progresismo (y no hablo de los derechos de las minorías) tomando incluso cuestionamientos hechos por progres, y que Milei comience a erigirse como un omnipotente líder nacionalista alineado a esta nueva hegemonía mundial, expande el debate y nos alerta sobre un mal que vino para quedarse y pelea en todos los frentes.