Desde hace varios años “la derecha” ha caracterizado al enemigo populista como “kishnerismo”, una simplificación genial que golpea más que a cierto peronismo o a todo el peronismo, a cualquiera que se acerque a “la yegua”. Los creadores de “gorila” nunca imaginaron que la derecha algún día tiraría la pelota para este lado.
Veamos este detalle pintoresco: gracias a la fricativa sorda postalveolar (la “sh”, que se puede estirar todo lo que haga falta para lograr el mayor efecto dramático posible) “kishnerismo” suena como un intento enérgico de escupir un pedazo de mortadela incrustado en los dientes. Vociferado por gente de tono afectado, cheto, como Macri o Zdero, se oye desdeñoso; dicho por Milei o Pato Bullrich es una ráfaga de metralla.
Pero esa puteada consonántica que hoy es patrimonio del pueblo es el resultado de una construcción de sentido que demandó la acción coordinada de intelectuales, legisladores, periodistas, fiscales y jueces durante más de una década: brazos armados de esa “derecha”, de esos “factores de poder” que hoy gobiernan el país y manejan a control remoto la provincia.
Atacar al kirchnerismo es atacar a Cristina y a todo lo malo que representan ella y quienes la acompañaron (Capitanich, por ejemplo). “Kishnerismo” se asocia a corrupción, justicia social, condenas en doble instancia, feminismo, bolsos llenos de dinero, piquetes y descuartizamientos, entre otras evocaciones pavorosas, simultáneas y contrarias.
En el Chaco, Capitanich, Gustavo, Peppo, Pia Chiachio Cavana y hasta Raúl Acosta y Emerenciano Sena representan indistintamente al “kishnerismo”, aún cuando Gustavo y Peppo decretaron su muerte en 2015; aún cuando Acosta fue casi toda su vida un activo dirigente radical y Emerenciano quizás conserve su ficha de afiliación expedida en 1984 (cuentan que cuando hacía la colimba fue a pedirle a la madre cincuenta centavos para cigarrillos al comité radical en el que trabajaba, y allí lo afiliaron).
Si meter en la misma bolsa a esa variopinta fauna opositora es una táctica eficaz, los gorilas tienen sus propios problemas: no pueden decir “yo soy radical, me rompo pero no me doblo; con la democracia se come, se cura y se educa; la casa está en orden”. ¿Qué es Zdero si no es radical? ¿Macrista?, ¿mileísta?, ¿facho? El Pibe de Oro tiene una crisis identitaria.
Este tema puede parecer marginal y hasta tirado de los pelos, pero tiene incidencia en cómo se construye el relato electoral y se sostiene la gobernabilidad. Además me gusta indagar en estas insignificancias.
A falta de ideas bueno es tener un sparring dispuesto a recibir un tortazo por día, y los “kishneristas” para eso están mandados a hacer, pero cuando “el cambio” no produce efectos positivos hay que pensar en otra cosa. Y como Zdero no tiene identidad, no reivindica al radicalismo, ni siquiera a Convergencia Social, tiene un síndrome fatal: la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Su único mérito es el demérito de sus adversarios: ser “kishneristas”. Pero el tiempo, que todo lo cura, va suavizando los errores del pasado, y cuando “el cambio” no arranca la gente hasta empieza a perdonar. O a olvidar, que es lo mismo. Me pregunto qué narrativa sacará de la galera de aquí en adelante cuando hasta el juicio al clan Sena se haya perdido en el berenjenal de la memoria colectiva.