Guillermo Moreno propone cosas con las que como ciudadano no estoy de acuerdo, y algunas con las que sí. No estoy de acuerdo con sus alianzas estratégicas, desde EEUU hasta Victoria Villarruel. Sí estoy de acuerdo con los principios del peronismo, con el trabajo como elemento ordenador de la sociedad. Lo que se encuadra en la “teoría objetiva del valor”.
De todos los modelos económicos europeos fracasados, Moreno está especialmente enfrentado al socialdemócrata, personificado en la escena local en Axel Kicillof. Más incluso que con el anarco-capitalismo, porque como Milei está “chapita”, el esquema Ponzi de gobierno tendría los días contados.
La socialdemocracia, tributaria, igual que el modelo libertario, de la escuela austríaca, es globalista. Moreno, en cambio, abreva en el “nacionalismo de inclusión”. Cuando le preguntaron si Cristina era socialdemócrata, dijo: “Si dice que hay que importar remedios de India para destruir la industria farmacéutica local, entonces sí”. Un abordaje peronista consistiría en sentarse con los laboratorios, revisar los costos y llegar al precio justo para la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.
Como sabrá el lector, por añadidura Moreno también está en contra de la “renta básica” o el Ingreso Único Universal. Para él, que a alguien le paguen por existir es consolidar el modelo planero, uno de los tantos males de la socialdemocracia. “No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan”. Esto plantea un desafío de cara al futuro porque se han perdido 200 mil puestos laborales sólo durante la gestión libertaria.
Vale decir: un programa peronista, por mucho que estimule la industrialización, tendrá que habérselas con ese ejército de desocupados/subocupados que además no está preparado para ocupar puestos bien remunerados. El 76% de las empresas no encuentra trabajadores formados.
El proceso virtuoso para que el Estado vuelva a ser el garante de la justicia social, del desarrollo de sectores estratégicos, si es que el elemento ordenador es el trabajo, exige encontrar un puente entre el asistencialismo consolidado durante los últimos años y la libertad que sólo puede tener quien trabaja (en una comunidad organizada).
Y para eso hay que entender cómo el movimiento piquetero se convirtió en sujeto social. No es menor, porque la teoría marxista de la división de clases no lo explica. Y cómo, de la noche a la mañana, desapareció, reabsorbido por los grupos “primarios” de los que había emergido (barrios humildes, áreas precarizadas de las instituciones públicas, colectivos sociales, partidos de izquierda).
Si sólo hacía falta pegarles tres gritos para que se desmovilizaran, entonces tiene razón Moreno cuando dice que la existencia de la dimensión planera es conditio sine qua non de la socialdemocracia. Así las cosas, los piqueteros no serían un sujeto social sino un emergente del modelo progre. Lo que existe no es un movimiento sino un método. Su práctica se agudiza durante los gobiernos liberales y se institucionaliza cuando gobierna “el campo popular”.
Para el gobierno de Milei los piqueteros son un enemigo interno. En diciembre firmó los decretos 1107 y 1112 que habilitan la fusión de la defensa nacional y la seguridad interior, pilares ideológicos de la Dictadura del ‘76. Su solución radical parte de la misma premisa que Moreno pero en lugar de dignificarlos mediante el trabajo, busca purificarlos mediante la aniquilación.
Si en 2009 Cristina hubiera creado una renta básica universal (despreciada por Moreno) seguramente la Nación y las provincias se habrían ahorrado el entramado burocrático y clientelar que supuso la superposición de decenas de programas sociales, y los conflictos políticos que generaron en la casi imposible convivencia entre organizaciones piqueteras y gobiernos a la luz de esa barahúnda. Pero no pasó. Enquistado en el sistema político argentino, el clientelismo se ha nutrido de esa anarquía papelística y del complejo de culpa progresista.
Este es el nudo gordiano: austríacos o nacionalistas de inclusión, nadie le quiere poner el cascabel al gato. El sistema político tal y como lo conocemos, arrinconado, oliendo su propia extinción, se aferra a la acumulación de poder, concentra los programas sociales, la pauta publicitaria y, mientras tanto, se dedica a “hacer política” empoderando a punteros locales y apretando intendentes para ganar la próxima elección.
El peronismo, por así llamarlo, hizo lo mismo mientras pudo. No midió, es cierto, la irritación que producía en gran parte de la sociedad vivir en ciudades tomadas; no fue lo suficientemente stalinista en materia de pauta publicitaria ni lo suficientemente firme para aislar a los “gerentes de la pobreza” de sus organizaciones. El peronismo, o mejor aquí, el kirchnerismo, fue clientelar y sufrió sus propias contradicciones pequeñoburguesas. Nunca resolvió la cuestión piquetera. Una salida virtuosa implica inexorablemente abordar esta problemática.