El ministro de Infraestructura Hugo Domínguez acaba de darle vacaciones al personal jornalizado. Atrás quedaron los días en los que echaba trabajadores por haber sido nombrados en la gestión anterior. Eso sí, fiel a su estilo, fue un reconocimiento módico: sólo les otorgó siete días.
Lo hizo a través de la Resolución 1951, en la que “estima procedente concederles una licencia a fin de puedan gozar de un merecido descanso”, ya que arranca el receso de verano para el personal de planta y habrá “una lógica disminución de las tareas que desempeñan los mismos”.
Cabe recordar que el personal de planta, de acuerdo a su antigüedad, goza de vacaciones de entre 23 y 49 días. Si bien el ministro invoca “principios generales del Derecho de Trabajo (…) en cuanto establece que todo trabajador tiene derecho a descanso semanal y vacaciones remuneradas”, a la hora de determinar los días libres les hace sentir el chasquido del látigo.
“Los jornalizados trabajan a la par y a veces mucho más que el personal de planta”, me cuenta un agente del ministerio. Y tiene sentido: el jornalizado sabe que de eso depende su permanencia en la administración pública. El ministro también lo sabe.
La dureza de la medida tendría sentido -aunque seguiría siendo injusta- si la ordenara un estoico monje plenamente dedicado al trabajo, pero lo de Domínguez es puro cinismo: su perfil de Facebook es literalmente un diario de viajes por el mundo. Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.