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El último presidente analógico

Los gobiernos siempre incumplen sus promesas, pero en 2023 pasó algo distinto: los argentinos no sólo castigaron la mala gestión de Alberto Fernández, como en 2019 la de Macri, sino que hicieron extensiva la sanción a toda la “casta política” y eligieron a un outsider. Pero, ¿realmente fue distinto?

El idilio con Milei no fue automático. La gente se enamoró en capítulos, como en esas telenovelas mexicanas que hasta el episodio 25 no se sabe si van a seguir al aire. Cuando la promesa de amor quedó sellada, ni los productores de la tele ni las consultoras de opinión ni los políticos profesionales estaban preparados para comprender un fenómeno paratelevisivo y parapolítico de esa envergadura. El único hecho concreto era que los que habían prometido volver mejores estaban chocando la calesita.

Los sociólogos y politólogos que leían regularmente los cambios de humor social y el viraje planetario hacia la derecha sí que tomaron nota, pero terminaron enamorándose del sonido de su propia voz. Se pusieron metafísicos, fascinados con la idea-fuerza de “la casta” y la novedad del personaje. Por eso hoy los escuchamos musitar, perdidos como turco en la neblina: “La oposición no tiene propuestas”, que es lo mismo que dicen los dirigentes de la oposición.

Pero el fenómeno Milei no tenía nada de nuevo. Su oferta de cambio de régimen radical con fuerte anclaje en la potencia de la imagen lo habían expresado Menem en 1989 y Néstor en 2003. El turco y el pingüino eran outsiders (venían de la política de provincias, de las montañas riojanas y del desierto patagónico) uno con poncho, patillas y épica caudillesca; el otro descangayado, reacio a los protocolos y con un ojo estrábico. 

Milei tiene otra cosa en común con Menem y Kirchner: es anti-grieta. Cree que los que no lo entienden sólo necesitan tiempo para apreciar los resultados, y los que se empeñan en combatirlo son cómplices de la casta. La pelea es contra los degenerados fiscales, los apólogos del déficit y la emisión. Esa caracterización alcanza a los ñoquis porque se sirvieron de la política para vivir de la teta del Estado. Con “la gente” está todo bien, sobre todo si se dedica a la actividad privada.

Me dirán que al final Milei se rodeó de la casta y que tiene un gobierno tan intervencionista como los anteriores. Pero el relato corre por un carril separado. Como a Perón, a Milei no le importa de dónde vienen sus soldados siempre y cuando sean funcionales a la realización de su destino manifiesto. Lo importante, igual que con Menem y Kirchner, es que prometió un salto discreto respecto al país en llamas que heredó, y la gente le creyó. 

Milei, igual que Menem y Kirchner es, como dice Pergolini, un presidente analógico, el último de la serie. “El próximo presidente saldrá de las redes”, aventura. Quizás más que valerse de nuevas herramientas, la política tenga que pensar en nuevas militancias porque estén aflorando -y eso no es ni culpa ni gracias a Milei- nuevas subjetividades.

Ahora bien: una cosa es ganar una elección y otra permanecer. Es ahí, en mi opinión, donde el relato languidece, o bien se expande pero discurriendo por una vía paralela hasta convertirse en el dogma de un puñado de acólitos. El desafío de Milei, como el de los otros dos, es impulsar un programa económico que funcione. 

El problema del salto al vacío -que se explica por los dos desastrosos gobiernos anteriores- es que, independientemente del relato libertario, el programa de Milei es exitoso con el 60% del país afuera, como cualquier proyecto del liberalismo ortodoxo. 

Para Guillermo Moreno la alternativa socialdemócrata tampoco es viable, mientras el kirchnerismo propone trazar una diagonal hacia un capitalismo humanista. Aún así, ni el peronismo ni el kirchnerismo ni Milei están dispuestos a pegarse un tiro en el pie. 

Maslatón invita todos los días al presidente a dejar flotar el tipo de cambio para garantizar competitividad y expansión del empleo. Vonomasabé. ¿Vos te vas a hacer cargo de un salto inflacionario de treinta puntos en un año electoral?

Milei no sólo se parece a Menem, y más de lo que quisiera a Néstor, sino que se enfrenta a los mismos dilemas. La batalla cultural alimenta interminables pajas mentales, pero en la realpolitik los desafíos y peligros son bien concretos. 

No me preocupa que la oposición no tenga propuestas. Lo que deseo es que debata programas, un proyecto de país; las propuestas son para las campañas. Menem y Néstor no tenían propuestas, recién nos enteramos cuando salieron de gira. Si Milei se estrella a 200 kilómetros por hora con seguridad va a emerger una alternativa que vuelva a embarcarnos en un nuevo, excitante viaje hacia lo desconocido.


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