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El hombre que cae en cámara lenta

Un tipo sale, colérico, de una reunión que no resultó como esperaba. En la calle se encuentra con un conocido. Oye o cree oír una palabra cualquiera que, en su ofuscación, toma por un insulto. 

El conocido camina distraído, no lo ve llegar. El tipo le arroja dos golpes por la espalda. Cuando el conocido se da vuelta el tipo retrocede, trastabilla en el cordón de la vereda y cae con sus 120 kilos de carne ociosa al pavimento. Se luxa un hombro y por la fricción sufre algunas escoriaciones. 

No son pocos los que presencian la escena que las cámaras de seguridad registran impasibles. Tras el pasmo inicial lo ayudan a ponerse de pie. Entre el abatimiento y la humillación el tipo se sacude la mugre del pantalón y descubre que la tela se ha desgarrado. “Puta madre”, musita. Los testigos se alejan poco a poco. Aquí no ha pasado nada.

Si el tipo no fuera un legislador que sufre la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, y que encima de cargar con el sambenito de traidor acaba de perder la oportunidad de consumar el oprobioso acto final de su claudicación, que es a la vez el gesto definitivo de obediencia a un amo que lo desprecia, el episodio no habría pasado de ser un blooper memeable. Pero como es todas esas cosas, se convierte en un hecho político.

Los testigos cuentan en la sobremesa el gracioso tropiezo en cámara lenta. Detrás de las pantallas del centro de monitoreo los agentes reproducen una y otra vez el recorte en el que el agresor cae redondo. “Parece una tortuga dada vuelta, no se puede levantar”. Se ríen en forma. 

Uno de ellos propone agregarle la banda de sonido de Benny Hill y compartirlo en un grupo de Whatsapp. En ese momento, en el monitor de la computadora aparece un título en letra de molde: “Golpearon al legislador Vargas y se encuentra internado”. 

Los agentes se miran estupefactos, meditan un instante.

“No, dejá”, dice uno de ellos finalmente. “No lo compartas”. 

Algo frustrados se acomodan en sus sillas con rueditas y desde el panel de control, con un gesto automático, borran el recorte. La Verdad ya no les pertenece.

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