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El gordo se murió

La muerte de Jorge Lanata me encontró habiéndolo olvidado. Lo creía en la casa con un equipo de diálisis portátil, una enfermera y dos tubos de oxígeno. Un pop-up en la pantalla me dice que ha muerto. 

Sigo sin convencerme. Pienso que fingió su muerte para saber qué dicen de él, quiénes lo lloran o le dedican un responso. Fisgonea en su propio velorio; se contempla yaciendo en un cajón adornado con guirnaldas.

A la noche se reclina en la cama. En la oscuridad el fulgor del iPad lo revela demacrado. Saca un cigarrillo del doble fondo del cajón de la mesita de luz y lo enciende. Nadie se da cuenta. Entre una pitada y otra repasa los títulos de los portales y los homenajes en las redes. Expulsa una voluta cremosa, satisfecha, y se duerme. 

Pero no: Lanata ha muerto. Tal vez habitó ese último sueño en la inmensidad de un coma inducido. Expulsó una voluta que era su alma abandonando el cuerpo, hubo un ligero estertor, un pitido largo en el monitor Holter y de nuevo el silencio.

En Radio Con Vos Tenembaum usó estas palabras: “El gordo se murió”. Pero sin ternura. “Es la noticia del día”, dijo y admitió que le había salvado el programa de este martes. Habló de un gordo común, sabio e igualmente hijo de puta. En las redes las opiniones también se dividían. El cultor de la grieta era despedido a pura grieta.

Llevo años queriendo contar este recuerdo que ahora sirve de obituario. En el mejor momento de Día D hicieron el programa en una plaza ante miles de personas y le abrieron el micrófono a la gente. Un militante de izquierda pronunció un discurso ardiente y lo cerró reprochándole a Lanata su tibieza. 

Lanata se calentó: “¿Sabés quién soy yo? Soy Jorge Lanata”. Silbidos. Quería decir: “Mi reputación me precede”. Más silbidos. Verbitsky intervino, habló en el argot de los militantes y los silbidos cesaron. 

Aunque creía que el mundo estaba en deuda con él, algo pasó esa noche. Lanata nunca volvió a hacer un programa en una plaza. Lo suyo eran los auditorios de café concert. Ayer se murió un comediante menor que supo cambiar las reglas del periodismo. Que se asesinó varias veces en los últimos años. No sé a quién despedir.


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