Hola hola. Violo el armisticio navideño para hablar de la censura no existe mi amor, la censura no existe...
Cuando echaron a Marcelo Longobardi de Radio Rivadavia, Ernesto Tenembaum comparó ese episodio con los de Flor de la V y Viviana Canosa, y también con lo que le pasó a él durante el kirchnerismo. Habló de la intolerancia de la política al disenso.
Recordó, sin embargo, que el modelo económico de Milei dejó sin trabajo a 261.000 personas que, a diferencia de los tres comunicadores mencionados, no tenían ahorros. Longobardi, que pasa la mayor parte del año en su casa de Miami, no es un desocupado al uso. Tampoco las otras dos figuras extirpadas de la grilla de sus medios.
También dijo que cuando un periodista se queda sin trabajo por su línea editorial crítica tiene muchas opciones para seguir luchando por la verdad. No gozará de las mieles del poder como Joni Viale, pero sí que podrá ejercer su sagrada vocación de decir lo que el poder no quiere que diga. Es irónico porque Longobardi nunca quiso llegar tan lejos, y quizás sea fácil para Tenembaum hablar de vocación con la vaca atada, él mismo lo reconoció.
Esto es lo interesante: Tenembaum no negó pero sí relativizó la censura, despreció la victimización y destacó la dignidad del que no negocia sus valores. El periodista es un militante de la verdad, como el filósofo, y si hizo las cosas bien o mal lo juzgará la posteridad. Magro consuelo, ya lo sé.
La censura es otra cosa. La censura de la buena es la censura previa, un dispositivo de control social que 1) ataca la libertad de expresión para 2) prevenir consecuencias indeseables en la opinión pública. Asesinar a Rodolfo Walsh no fue censura, fue un crimen planificado por un régimen sanguinario. Un hecho político por la víctima elegida, y disciplinador para el resto.
Es lícito pensar que un periodista echado de su trabajo no podrá ejercer su derecho al disenso, pero como dice Tenembaum, eso es relativo. Si Longobardi empieza a hacer streaming desde South Beach o Little Havana se terminó la discusión. Y esto también es interesante: Milei sólo puede disciplinar a los ensobrados.
Los nuevos censores ni te censuran ni te torturan ni te asesinan; te cortan la pauta o te hacen echar y con suerte te obligan a vender plantines en la calle y dejarte sin tiempo para redactar denuncias y brulotes, que no sería el caso de Longobardi.
Si tenés ese dilema siempre te queda la autocensura, el pacto con el Diablo que convierte a la víctima en cómplice. Obviamente esto no alcanza al ensobrado que está ideológicamente alineado al gobierno de turno: ese es simplemente oficialista, no hay nada que reprocharle.
Y se ve que no es tan difícil renunciar a tus ideales, porque autocensura es lo que sobra. Pero también sobran periodistas sin laburo que se lanzan sobre un teclado para seguir peleando con el viento en contra, y poetas y novelistas que cubren el turno noche en una redacción desierta para escribir su obra maestra a contraturno.
Sobra la autocensura, pero el único acto de censura previa que recuerdo del gobierno de Zdero fue contra uno de sus agentes de propaganda, Julio Wajcman, al cortarle la transmisión de Somos Uno cuando entrevistaba a Capitanich. Zdero es a JW lo que Milei es a Longobardi. La diferencia es que JW supo recular.
Quiero ser franco: me hicha las pelotas discutir estas cosas cuando hay más de medio país caído del sistema, y casi 80% de pobreza en el Gran Resistencia. Hay demasiada gente que la está pasando mal, víctimas silenciosas de este desmadre. A ellos nos debemos. Dejemos de lloriquear. Al final parece que la generación de cristal somos nosotros.