“Payasadas o ¡Nunca más solo!”, novela distópica de Kurt Vonnegut, cuenta la historia de Wilbur Rockefeller Swain, el último presidente de Estados Unidos, que vive en las ruinas del Empire State en un territorio devastado tras una invasión extraterrestre. Wilbur ha tenido una hermana gemela, Eliza. Ambos nacieron con malformaciones y sus padres creían que eran idiotas. Y hasta cierto punto lo eran, pero cuando sus cuerpos se tocaban “sus mentes se fundían en una única mente genial”.
¿Te suena? Pienso en Javier y Karina, lógico, pero el paralelismo que me interesa no es el de los personajes sino el de la época. Por haber vivido en tiempos sucesivos y contrarios, sin transición en el medio, Wilbur era tanto el último exponente de una fenecida estirpe de republicanos como el primer hombre del nuevo mundo, por así decirlo.
Quizás Javier Milei sea el último presidente de la Vieja Argentina y el primer conductor de una nueva Era, y dentro de cien años haya bustos suyos de bronce y mármol en todas las plazas del país. Pero a diferencia de la época de Wilbur Rockefeller Swain, aquí sí hay una etapa de transición: el año que viene habrá legislativas y dos años después elecciones generales. Si se quiere y se puede, nos curamos en salud.
Dije “Payasadas” como pude haber dicho “El fin de la Historia y el último hombre”, pero tomemos por cierto -a los fines de este razonamiento- que no estamos viviendo “ciclos”; que no “vamos a volver”; que lo que viene es otra cosa; que el tiempo histórico es lineal.
A pesar del ajuste, la pobreza y el desempleo, la sociedad sigue apoyando a Milei o, en todo caso, rechaza tan vehementemente como hace un año esa tradición republicana de presidentes que se suceden para el desaliento del pueblo. Incluso el mito del eterno retorno de la Década Ganada se ha debilitado o dejó de ser operativo después de la herida abierta que dejó el último Triunvirato.
Esto se ve reforzado por corrientes de ideas, de “valores” (¿un epifenómeno de la “batalla cultural”?) que invitan a la sociedad a repudiar más y más garantías constitucionales, es decir, que impugnan abiertamente la Constitución Nacional (hasta ahora es el único logro liberto-anarquista del gobierno de Javier Milei). ¿Cómo salimos de esto?
Antes de llegar a una especie de conclusión quiero aclarar que no somos lo mismo, que para nosotros ordenar el Estado no significa disolverlo o ponerlo al servicio de las corporaciones. La fantasía de Milei de un mundo gobernado por empresarios como Elon Musk por el momento está en una fase temprana, germinal. Hasta ahora lo único heterodoxo de su modelo es la estética y la capacidad de influir psicológicamente en vastos sectores de la sociedad. Para nosotros, en cambio, la verdadera lucha sigue siendo Patria o Colonia porque creemos que lo único que no cambió es el valor del suelo que pisamos y la comunidad que queremos que lo habite.
Con seguridad lo que venga no se va a tener que parecer en nada a lo que dejamos atrás; una oferta electoral que no lo comprenda estaría destinaba al fracaso. Nos guste o no, Milei es un punto de referencia -y de partida- para la próxima Argentina, porque la gente nos está diciendo todos los días qué es lo que no quiere, y lo que no quiere es el pasado.
¿Quiénes van a expresar las demandas de un pueblo hoy resignado a un futuro incierto? ¿Desde qué lugar lo harán? ¿Con qué programa?
“Payasadas o ¡Nunca más solo!” (“Slapstick or Lonesome No More!”, en inglés) nos invita a pensar un contrafáctico: ¿qué hubiera pasado si los extraterrestres no ganaban la guerra contra los humanos? Estamos a tiempo de encontrar la estrategia necesaria para impedir la conquista alienígena. Sería un delito desperdiciar la oportunidad, pero si seguimos haciendo política de ayuntamiento, pensando la Patria como una cooperadora escolar o una logia masónica, estamos en el horno.