La charla de Irina Hauser en la UP (el sábado a las 19) para hablar de su libro “Presa o Muerta” no sólo sirvió para ordenar la crónica de un intento de magnicidio muy cercano en el tiempo y confirmar que fue una conspiración que involucra a empresarios, dirigentes políticos, jueces, servicios de inteligencia, una red de reclutamiento y medios de comunicación, sino para refrescar la sensación que muchos y muchas tuvimos cuando ocurrió el atentado, incluso las semanas previas: que se estaba gestando una catástrofe en la sociedad perturbada de la pospandemia (una sociedad que ahora sindicaba a Cristina como la responsable de un presente sofocante). Con el diario del lunes -Hauser llegó a decirlo o lo pensé- el resultado es Javier Milei.
Más allá de la trama documentada, sospecho que la conspiración podría haberse originado fuera del país como parte de un plan de intervención no convencional en la política local. Por supuesto las consecuencias de semejante programa eran impredecibles, pero la meticulosa, paciente organización estaba pensada hasta en los más pequeños detalles. Era más que una hoja de ruta, un bosquejo: era un manual de operaciones. La instrumentación, por otra parte, fue muy “a la argentina”: llena de grietas y parches, todo atado con alambre.
La contratación del carpintero de Revolución Federal Jonathan Morel por parte de la empresa de los hermanos del actual ministro de Economía Luis ‘Toto’ Caputo; las operaciones en Twitter afirmando que fue un auto-atentado; los medios destituyentes entrevistando al jefe de “Los Copitos” mientras Gerardo Milman se deslizaba como una anguila hacia su madriguera; el desparramo de expedientes para impedir que el atentado fuera abordado en su real magnitud: todo fue burdo y sólo una sociedad sacada, fragmentada, aturdida pudo aceptar semejante desaguisado. Fue como una remake de la conspiración para asesinar a JFK dirigida por Sacha Noam Baron Cohen.
El 14 de septiembre de 2022, Joaquín Morales Solá escribió en La Nación: “Ni el Gobierno ni la Justicia ni la policía. Nada es creíble para una importante mayoría social, que sigue convencida de que el intento de atentado a Cristina Kirchner fue, en realidad, un autoatentado para sacar provecho político después de las gravísimas acusaciones que le hizo la Justicia”. El intelectual orgánico de la derecha antiperonista le puso el moño a la operación. Dos años después sólo un par de perejiles están detenidos. El resto gobierna o co-gobierna.
El último enjuague empresario-político-judicial-mediático de esta magnitud en nuestro país fue -es- el que aniquiló toda posibilidad de llegar a la verdad y hacer Justicia por los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA. La Historia se repite como farsa, aunque a Irina Hauser y su equipo de colaboradores le tomó sólo tres meses -arduos- poner todos los elementos sobre la mesa.
Ahora la sociedad está más resignada que enojada, porque ese enjuague empresario-político-judicial-mediático (las efectividades conducentes) quiere que a Milei le vaya bien y hace esfuerzos conmovedores para matizar la locura de un gobierno que parece sacado de un futuro distópico pero no es otra cosa que una nueva fase de un pasado grotesco. El camino por delante es una incógnita.
El mejor balance que extraigo de la charla de Irina Hauser, en definitiva, es la obligación del perpetuo ejercicio de la memoria para tratar de que el futuro no nos agarre desprevenidos.