Si la política se debilita ante los ojos de la sociedad, la democracia misma está en juego. El fracaso de un gobierno glosado como el fracaso de un proyecto político primero, y de la política en general luego, que es lo que las elecciones de 2023 parecen haber expresado, amenaza más que la plena vigencia de la Constitución Nacional y la validez del sistema jurídico, su utilidad para la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.
Si los políticos son la casta, por propiedad transitiva la política misma es la casta. El remedio constitucional previsto para resolver los problemas de la comunidad -el sistema de gobierno republicano- se diluye y la democracia se convierte en una cáscara vacía. Ahora bien, si la Constitución y las leyes siguen vigentes pero los políticos están excluidos de la ecuación, ¿quién gobierna? Gobiernan las corporaciones, los estudios de abogados de las grandes empresas, los directorios de las multinacionales y los brokers.
Milei no es un socio estratégico de esos poderes fácticos: es el mensajero. Un ejemplo de manual que, de tan literal, parece imposible que exista: no es político, no es un estadista, no es economista, y más allá de su histrionismo, su patología tuitera y sus problemas de diván, no pasa de intérprete doloso. Sigue siendo un panelista. Conducen otros.
La gente que lo rodea y mima, salvo un par de políticos experimentados que ofician de nexo con el resto del mundo, está haciendo negocios extraordinarios. Le redactaron una carta orgánica y todos los días le brindan insumos para su plataforma de gobierno, desde Galperín hasta los Caputo. El mismo Federico Sturzenegger del Megacanje previo al estallido del 2001 y del macrismo sigue escribiendo los guiones del remate planificado.
Esto la gente de a pie no tiene por qué saberlo. O en todo caso tiene problemas más urgentes que resolver. Tampoco tiene por qué saber que se libra una batalla con armas no convencionales. Por eso es menester concentrarse en lo que sí se puede cambiar y dar la pelea con las herramientas aún no derogadas por DNU. Y vuelvo al Chaco, donde aplican las generales de la ley en cuanto a los beneficiarios de la confusión colectiva.
Para recuperar la provincia tiene que haber un proyecto. Para que haya un proyecto -no tres, cuatro proyectos; más aún: un proyecto de provincia- tiene que haber unidad de pensamiento y acción. La derrota electoral, la vuelta al llano del peronismo en medio de una transformación social sobre la que en el mejor de los casos podemos conjeturar, es una oportunidad para revisar lo que se hizo mal y lo que se hizo bien, e identificar los posibles intérpretes de un proyecto de provincia que todavía no existe.
La Constitución Nacional, vigente al cierre de este posteo, dice que los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. La vida interna de esas instituciones se dirime en elecciones, aunque a veces éstas no son necesarias porque hay conducción natural, lo que ocurre sí y sólo sí ese partido es el partido de gobierno. No mirar con responsabilidad un proceso de ordenamiento interno a partir de elecciones partidarias es un error. Esto para abonar al planteo que hizo este domingo Rafa González.
No sé si Jorge Capitanich tiene un proyecto de provincia, pero al menos propone trabajar en uno. Quizás Gustavo tenga el suyo (no se desprende de lo que leí hasta ahora). Pero como decía ayer González, si a lo largo de las últimas décadas el peronismo mostró que está integrado por vertientes contrarias, el remedio de las internas tiende a ordenarlo todo: el que gana conduce, el que pierde acompaña. Es una discusión relevante porque sólo cuando esté resuelta se podrá trabajar en ese proyecto urgente, militarlo y someterlo a la voluntad popular.