No encuentro traiciones majestuosas para enumerar en nuestro espacio en la historia reciente. Hay más bien traiciones menores, difusas, si es que se las puede llamar así. Agachadas como cortar boleta, desagradecimientos, defecciones pasajeras, alguna borocotización. Picardías de coyuntura.
¿Fue traidor Randazzo por romper con Cristina, o Scioli, que después de ser candidato por el Frente para la Victoria terminó como funcionario de Milei, o Pichetto por armar un bloque “funcional a la derecha”?
¿Es traidor Quintela, y por propiedad transitiva Kicillof? Vaya contradicción: nos duele que Magda Ayala, que “traicionó” a Coqui, ahora sea candidata en la lista del riojano, a quien el PJ recibió con los brazos abiertos como a un caudillo de la liberación y hoy llama a derrotar en la interna. ¿El PJ traicionó a Quintela o cambiaron las reglas de juego cuando Cristina decidió que iba a participar? Leer la política en clave de lealtades y traiciones nos pone en aprietos.
Cuando Ángel Rozas se divorció políticamente del ‘Bicho’ León, que hasta había sido precandidato a presidente enfrentando a Angeloz, una parte del radicalismo habló de traición, pero cuando Rozas recuperó el gobierno para la UCR la palabra desapareció del vocabulario radical. De la noche a la mañana los indignados se alinearon. Pero el dato clave es este: mientras los líricos conjugaban todos los tiempos del verbo traicionar, Rozas hacía política.
De igual forma, mientras nosotros hablamos de traición y Quintela recorre el país juntando voluntades para volver a un peronismo nostálgico, federal, en el que los gobernadores y el territorio tangan voz y voto, Cristina y Kicillof pelean la interna bonaerense.
El poder decisor para armar listas en todo el país y especialmente en Provincia de Buenos Aires podría significar volver a empoderar a La Cámpora, aislar a Kicillof, albertizarlo, coparle el territorio. Mientras apuntamos traidores, ellos hacen política. ¿Las prácticas verticalistas del kirchnerismo contribuyeron a la fragmentación progresiva del peronismo y al ulterior triunfo de Milei, o fueron las prácticas acomodaticias del peronismo no K? ¿De quién fue la culpa del gobierno de Alberto? ¿Lo tenemos resuelto? ¿Quién traicionó a quién?
Pero sigamos con los ejemplos: ¿fue traidor Gustavo Martínez por no ir en la lista del Frente Chaqueño en 2023, después de que a) toda su vida política la dedicó a enfrentar a Capitanich, y b) nos pasamos los últimos quince años reclamándole a Coqui que no negociara con él, que no cediera a sus presiones? Somos un oxímoron.
El “¿Tú también, Brutus?” no existe en política. Pero para la militancia del desaliento, moralista y fatigada, son todos traidores. Que es una buena forma de romantizar la política en vez de problematizarla, en vez de ejercerla.
Dicho esto, si hay una interna nacional y -eventualmente- una interna provincial, es porque el PJ no halló los consensos de cúpula para evitarla. Todos celebran la democracia interna, pero poner a votar a los afiliados es también una derrota porque expresa una crisis de liderazgo.
Me permito hacer esta lectura: más allá de la épica, de la narrativa de la Década Ganada o de volver al peronismo de Perón, pasar por las urnas significa hacer política desde las bases, un proceso que arrancó un 17 de Octubre y que luego pocas veces se repitió, y ninguna como aquella.
La discusión interna -y ocasionalmente la elección por la vía de las urnas- es problematizar la política en lugar de llorarla; elegir qué proceso de reconstrucción es el más adecuado para el peronismo en esta etapa; empezar a pensar un programa de gobierno de base amplia.
Hace unos años Antoni Gutiérrez-Rubí reflexionaba sobre “la política tribal y caníbal” marcando estos cinco puntos:
1- La destrucción del enemigo nunca es completa. Los rivales políticos no se eliminan, no desaparecen como en un videojuego.
2- No hay victorias sin costes. La agresividad de la destrucción conlleva un enorme esfuerzo que desangra a cada contendiente.
3- No hay paz, no hay estabilidad. La política caníbal es frágil. Las victorias no son completas, ni sin costes.
4- El verdadero enemigo está fuera.
5- La guerra no es inteligente.