Nota del compilador. La siguiente es una hoja suelta incorporada al cuerpo principal del Diario de Leandro Zdero con grapas y cinta adhesiva luego del 21 DE DICIEMBRE DE 2024. La caligrafía es idéntica a la original, por lo que consideramos el agregado como canónico. Lo abigarrado del texto y la ausencia de tildes y comas (añadidas por este cronista por piedad al lector) demuestra tanto su autenticidad como la grave crisis que sufría el sistema educativo desde hacía décadas. Vamos al lío.
MIÉRCOLES 25 DE DICIEMBRE. La Nochebuena dejó muchas anécdotas locas. Unas buenas y otras no tanto.
Primero lo primero: pasamos con puntaje perfecto el más desafiante test electoral del año. Ya sé, no hay cronograma de elecciones, pero como hubo luz hasta las seis de la tarde todo el mundo estaba en las redes y aprovechamos la ocasión para hacer una encuesta on line con una pregunta copada:
“Si hoy fueran las elecciones, ¿volverías a votar a Leandro?”. Las opciones eran las siguientes:
a) “Sí, de una”;
b) “Sí porque no quiero que vuelva Capitanich y libere a los piqueteros presos”;
c) “Sí porque no quiero peronchos tomando represalias contra policías, médicos y maestros”.
Ganó el Sí.
Después volvió a colapsar el sistema energético y los zombis salieron a la calle provocando cortes en varias arterias de la ciudad (y de los vecinos), pero esta vez teníamos herramientas para controlar la situación. Le estamos encontrando la vuelta a la gestión con la ley en la mano.
En la Sesión Extraordinaria celebrada el mismo 24 a la mañana aprobamos por amplia mayoría la ley de tolerancia cero a los zombis en situación de calle. “Le declaramos la guerra a la vagancia”, festejó el correligionario Bergia agitando un pañuelo de seda con los colores del centenario partido.
Al terminar la votación varios legisladores se tuvieron que retirar porque tenían síntomas del virus, incluido Iván Gyöker, que mostraba accesos de rabia y tuiteaba espasmódicamente con el celular apagado.
Antes de levantar la sesión nos dimos el lujo de bloquear la propuesta de los peronchos de declarar la cuarentena, porque, como bien dijo el correligionario Juan Carlos Ayala, “estamos en contra de cualquier tipo de infectadura”.
Después de cenar, por así decirlo, los zombis volvieron a sus madrigueras y las calles quedaron desiertas. No había fuegos artificiales pero el cielo estaba iluminado por las llamas de los autos incendiados y por las balas rasantes de la guardia urbana del Estado beligerante de Santa Inés de Roma, ex-Barrio Santa Inés. Y esto merece un párrafo aparte.
Con el gabinete habíamos tenido la loca idea de pasar las fiestas en Bombinhas para tener una mejor perspectiva de los acontecimientos chaqueños. Le ordené a la vicegobernadora que se quedara de guardia. Seguía sin recordar su rostro, así que la encerré en la privada junto a varias secretarias y amigas, todas con el pelo largo, lacio y rubio. “Una de ellas con seguridad es la vice”, me tranquilizó Hugo Maldonado.
Cuando la comitiva estuvo lista para viajar a Brasil, Matkovich sugirió que después de unos días de playa y caipirinha reclutáramos tropas de élite para reconquistar Resistencia, porque era un hecho que o los zombis o los peronchos iban a querer tomar el poder y prender los generadores para usar los aires nuevos.
Además sabíamos que había una conspiración en marcha. Habíamos hecho una escrupulosa tarea de inteligencia para identificar a los violentos que, cada vez que aparecía un cuerpo decapitado por los zombis, repartían volantes con la palabra “Acefalía”. Entre esos vándalos arrestamos a varios intendentes peronistas que aprovechaban el desconcierto general para saquear comercios en Resistencia.
Salimos hacia el aeropuerto en cuatro camionetas escoltadas por patrulleros, pero nuestro ánimo empezó a flaquear cuando nos acercábamos al Santa Inés y aparecieron los primeros carteles que decían “¡Abajo Diocleciano!”, por error ilustrados con una foto mía.
Matkovich, que manejaba la primera camioneta, nos tranquilizó por radio: “¡Si quieren cláusula gatillo, les vamos a dar cláusula gatillo!”, pero cuando miramos por los espejos retrovisores los patrulleros habían pegado la vuelta. Como medida preventiva decidimos volver también nosotros al grito de “¡Se dobla pero no se rompe!”. Chau playas, chau caipirinhas, chau reconquista de la ciudad tomada.
La Nochebuena se hizo interminable. Tuve que soportar estoicamente el griterío indiscernible de la vicegobernadora y sus secretarias. Cuando se tranquilizaron, las liberé.
Después nos organizamos para traer del subsuelo todas las canastas navideñas que teníamos acopiadas para una emergencia (agradezco haberle hecho caso a la ministra Sandra Petovello, una piba de diez). Si hubiéramos repartido esa mercadería, chau cena de Navidad.
En los viajes al subsuelo sólo perdimos a tres funcionarios de segunda línea que fueron atacados por palomas en los oscuros pasillos de la planta baja. Esto llevó al ministro de Salud a proponer la hipótesis de que el virus zombi podría ser una zoonosis que comenzó con las palomas de Casa de Gobierno y no, como pensamos al principio, una fuga de un laboratorio peronista. Resico dijo que había que postularlo para el Nobel de Medicina, pero Livio observó que teníamos que seguir culpando a los peronchos. “Nada de gacetillas. La patria está primero”, decretó.
Entre sidras y pandulces pasamos las primeras horas de la vigilia contando chistes de peronistas. “¿Cuántos peronistas se necesitan para cambiar una lamparita?” y “¿Qué arma de mano prefiere un peronista el 17 de octubre?” fueron los más festejados.
Lamentablemente nadie tenía reloj y los celulares se habían quedado sin batería, así que tuvimos que esperar a que las balas perdidas empezaran a atravesar los cristales de Casa de Gobierno para confirmar que eran las doce. “No son balas perdidas”, observó Matkovich. Aún así brindamos como buenos correligionarios, parapetados debajo de la mesa.
A las ocho de la mañana volvió la luz. El momento justo para enterarnos de que en el Pediátrico había nacido el primer bebé zombi del país. Resico ya está redactando la gacetilla.
CONTINUARÁ…